Shakira se va de Córdoba aprobada



Los medios de Córdoba aprobaron el recital que dió anoche Shakira. Germán Arrascaeta, periodista de La Voz del Interior y rockero por elección, realizó una excelente critica de su show:

¿Quién iba pensarlo? Aquella morochita simpática que vino a Córdoba a mediados de los ‘90 a hacer prensa, hoy es una rubia despampanante e intocable que se refugia en una estancia del Camino Real. Y no sólo eso, es la estrella pop latinoamericana de mayor penetración global que, ahora, nos bendice con su visita, se digna a bajar de su pedestal para ofrecernos las canciones que la convirtieron en lo que es. Hablamos de Shakira, claro, la cantante colombiana que ayer obligó a la producción más ambiciosa en el entretenimiento local.




Su Personal Pop Festival resultó una puesta fastuosa en un estadio en plena transformación, con casi 30 mil personas presentes (según los organizadores) y la sensación reinante de que había que estar sí o sí. Porque se trataba de la Madonna latina, de un espectáculo del Primer Mundo y, por sobre todas las cosas, del concierto de una artista con vibrato singularísimo y dueña de una obra que exalta la fortaleza femenina en contra del macho dominante. A todo eso, hay que sumarle una manifiesta voluntad de crossover.



¿Qué hacemos, entonces, bailando en la techada del Mario Kempes el WakaWaka como si hubiéramos nacido en Soweto? ¿O intentando movimientos arábigos en Ojos así como si perteneciéramos a la Media luna de Oriente? ¿Y qué hace ella acudiendo a esos ritmos y timbres con desparpajo? Vamos, lo digamos sin pudores: Shakira es el “astro reina” que ilumina desde un concepto elástico del pop nuestras vidas ordinarias, y nos obliga a escucharla aun contra la voluntad de quienes nos jactamos de ásperos.



El show de anoche coronó un día hermoso. Nunca tan bienvenida la sincronía: el concierto apoyaba el lanzamiento del (p)optimista disco Sale el sol, y la protagonista tiene megavatios de onda y fulgor, además de lograr que todo gire en su eje. Los espectadores (mayoría femenina, muchos niños, familias) transcurrieron las primeras horas de ese día afrontando sus responsabilidades con la cabeza en otra cosa y tarareando permanentemente “yo soy loca con mi tigre, loca, loca, loca”.



La ansiedad carcomía los cuerpos y apenas se marcaba la tarjeta a la salida, o se oía el último timbre en el cole, todas las acciones se encaminaron al ex Chateau. Y hubo desbordes, claro. De tránsito, de pasión. Shakira apareció por el escenario de boca anchísima, montado en el círculo central, a las 22.15 (la demora generó silbidos y abucheos) con un gesto de plena correspondencia.



Estaba lookeada como lo haría cualquiera de las chicas de abajo para ir a bailar en plan zarpado: calzas, botitas, chalequito. Así desfiló por la pasarela que entra al corazón de la multitud. Todo bien con lucir igual, pero claro, ella es el jefe, como diría Mick Jagger, y se despachó con su conocido arsenal gestual y corporal que, junto a sus canciones, la llevaron a donde está. “Estoy aquí para complacerlos, así que esta noche soy toda suya, Córdoba. Diviértase”, saludó. A las miradas insinuantes le siguió ese movimiento pendular de una cadera que se agita al ritmo de una banda multiétnica, que sabe cómo atravesar el rock, el éxtasis tribal, el matiz unplugged. Esa cadera no miente ni traiciona. Se mueve y mueve.



Resultó curioso a la hora de Si te vas, en el tramo inicial, cómo la Shakira a la que René de Calle 13 prefería “gordita y morena”, se despachó contra “la bruja de cuero”. Sonó irónico, porque es difícil imaginar a esta Shakira fuertísima vociferando un despecho semejante, pero a nadie le importó. Es que enseguida llegó Suerte con la invitación de subir a bailar a algunas chicas del público.



Promediando el show, el inevitable guiño al rock. Porque todo bien, Shakira no tiene dramas en exaltar Barranquilla, sus ritmos característicos, tampoco en testear la worldmusic, jugarla de “gitana de ciudad”, pero siempre le interesó conseguir credibilidad rockera. Ese afán no cedió en el directo. Así fue que anoche propuso una versión acústica de Nothing else matters, de Metallica. No fue una réplica del original sino una saludable “subversión”, ya que el tema fue interpretado con cierta impronta afroamericana — andina. A Hetfield le hubiera gustado. Antes había blanqueado que Inevitable es la canción preferida de su repertorio. Otro rasgo distintivo de Shakira es el de filtrar un mensaje humanitario, a tono con las acciones de su fundación Pies Descalzos. Aquí y anoche, la corrección política fue minimizada por el entretenimiento puro, por la danza del vientre. De hecho, el Personal Pop Festival se había pensado como una experiencia que aglutinara música, conciencia ecológica, alimentación sana y arte plástico emergente. Sucederá en Buenos Aires, aquí sólo fue un desfile de bandas y solistas.



El show tuvo climas cambiantes y en ningún momento corrió el riesgo de los “altibajos”. Ayudaron a la no dispersión el magnetismo, los cambios de vestuario y los temas, por supuesto. Las de la intuición y Loba clavando banderilla en territorio dance, convirtiendo el entorno Kabul del Mario Kempes en una discoteca con sex appeal brotando a borbotones. “Yo me propongo hacer de ti un volcán”, se le oyó en ese tramo. Y hubo erupción, sí. Lava difícil de solidificar. ¿Y ahora cómo nos sacamos este ardor, Shakira?



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